Virgilio Díaz Grullón: Dimensión humana y proyección literaria
En estos días y a propósito de la encomienda que me hiciera Ángela Hernández, he buscado el momento preciso, tranquilo y relajado, para entrar en contacto, en comunión emocional, a través del pensamiento amable y de la relectura de sus libros, con ese inolvidable amigo que fue Virgilio Díaz Grullón.
Para penetrar en las inquietantes y amorosas sombras del recuerdo de alguien que ha sido importante y querido, y que ya no habita entre nosotros desde hace poco más de 23 años, he decidido desempolvar, para envolverme levemente en su específica realidad, aquel breve perfil que hice a propósito de un merecido homenaje en la celebración de sus 70 años. Aunque en la cotidianidad de mi hogar las citas de sus ocurrencias hoy todavía son frecuentes, lo traigo ahora a este coloquio tal como lo describí en aquel entonces.
«Él es un hombre suave, al igual que su pelo, ahora blanco y retirado de la frente, así como su hablar casi siempre en interrogante para no molestar. Tiene sin embargo y en contraste, arraigadas convicciones, ideas firmes, en especial cuando de algunos aspectos políticos y sociales se trata, o cuando de allanar el camino y estimular a otros se precisa, enfatizando con su clásica frase: “ ni hablar” para concluir que estaba de acuerdo y que así sería…»
La dimensión humana de una persona involucra las diferentes áreas de la vida que constituyen nuestra existencia. A partir de una determinada manera de ser (personalidad, temperamento, carácter) puede percibirse o determinarse esta dimensión por la forma de relacionarnos con los demás, es decir con la familia, en el trabajo, con los amigos; por los sentimientos y lazos afectivos internos o manifiestos; por los conocimientos, la comprensión de la realidad y la creatividad, así como por los valores en los que se cree y se practica, como son el respeto, la solidaridad, la bondad, la tolerancia, la honestidad, la empatía, la humildad, el amor, la paz, la gratitud, la paciencia, la confianza, la lealtad, el perdón, la perseverancia….todos estos perfectamente atribuibles y resaltados por amigos, escritores, esposa, a la persona de Virgilio Díaz Grullón. Entonces qué se puede decir de una persona de la cual se ha escrito y dicho lo esencial,, lo fundamental, lo importante …en esta situación, yo sólo soy una testigo privilegiada de su existencia, de su «ser».
En su magnífico estado de persona serena, residía un sentido del humor inigualable, repentista y espontáneo. En el refranero actual de mi casa todavía utilizamos unas de sus anécdotas para algunas situaciones: Por ejemplo cuando Don Virgilio y Aída estaban invitados a una casa a cenar, y eran las 12 o más, y él se quería ir le decía: Aída vámonos que nos invitaron para el día 13 y ya estamos a 14… o contaba con una gracia maravillosa, que tenían un empleado muuuy lento y cuando le pedían que hiciera algo y se tardaba en hacerlo ellos le decían: «Pero José Antonio, usted no tiene otro paso?» Y el respondía: «Ello sí, pero ma coitico».
Me acerqué a Virgilio Díaz Grullón (Don Virgilio para mí), a través del oficio literario en común con José, y por todo lo que de ello se derivó; pero su manera de ser fue lo que motivó mi acercamiento personal, y así conocí al escritor en su perspectiva humana, en cierta intimidad cotidiana; alcancé a compartir sus cultas opiniones, sus gustos y sus experiencias de vida política y social de su época de juventud, adentrándonos en ese plano personal exquisito que se estrechó al conocer además a Aída, su amorosa compañera, cálida, artista, y acogedora como él. Entonces formamos un cuarteto, que creció en el afecto, más allá de todo propósito, quedando yo en medio de tres tauros «diferentes pero iguales», extraordinarios y cada uno muy especial para mí.
Don Virgilio evidenciaba esta simbología, en lo perseverante de sus hábitos, como era por ejemplo leer todos los periódicos del país sistemáticamente todos los días; ir al Conde los sábados, dar 100 pasitos chinos después de comer, elegir casquitos de guayaba con queso como postre…por ejemplo; igualmente en el orden de su rutina diaria, era estricto en el cumplimiento de sus horarios, siempre igual, siempre lo mismo; en la absoluta lealtad y fidelidad a sus amigos entrañables, y en la a veces testarudez de sus decisiones personales, sin imposición pero con convicción. También en la necesidad de percibir seguridad en sus acciones y en el espontáneo dominio de sus emociones, nunca fuera de sí, siempre educado, atento, amable; jamás lo vi alterado, siendo que en la vida tuvo sus motivos para estar afligido o preocupado. Yo diría que más bien era un hombre optimista o positivo en cualquiera de las circunstancias. Fue una persona altamente querida en los ámbitos de trabajo y la denominación común para describirlo sus amigos era su bonhomía, su ser bueno…un caballero en todo el sentido de esa “antigua” expresión.
Don Virgilio y Aída tenían una linda casa en Jarabacoa la cual fue uno de los lugares donde pudimos compartir nuestros sentimientos y pensamientos de manera íntima y a veces cuando acudíamos algún fin de semana. En ese lugar hermoso sin celulares ni televisión, hicimos caminatas, leímos, dormimos siesta, y rodeados de silencio y sin prisas, conversábamos largamente de diversos temas de la vida, de los proyectos personales, de nuestros respectivos trabajos, de los hijos, de la política, de literatura, de arte, de los encuentros con amigos, y a veces nos reuníamos para comer con su vecino, amigo y compadre el Ing. Orlando Haza y doña Milagros, su esposa. Para nosotros este esporádico paseo a Jarabacoa constituía un gran privilegio que estrechaba los lazos afectivos existentes.
Desde el principio me cautivó la característica más evidente de la personalidad de Don Virgilio y que en un escritor adquiere mayor relevancia: la real humildad y la comprobada sencillez con que asumió su vida y su oficio, así como esa gran capacidad de ponerse en el lugar del otro, y una evidente sensibilidad frente al débil, cualidades estas comprobadas por mí a través del tiempo y de mi cercana relación con él.
Su personalidad serena y tranquila, su carácter apacible, contrastaba claramente y más en aquel tiempo, con mi temperamento expresivo y apasionado y la vehemencia con que me envolvía en algún tema que nos conmovía, preocupaba o interesaba, y a veces yo sentía que, lo desconcertaba mi reacción, pero a la vez le atraía, reaccionando con una risa integrada en medio de palabras, pero siempre en tono conciliador, incluso cuando había discrepancias con Aída. Cuando me percataba, yo trataba de retraerme, a veces ya muy tarde.
Tuve la oportunidad de conocerlo en diferentes dimensiones; cuando trabajé en Intec, Don Virgilio fue presidente de la Junta de Regentes y en esa calidad tuve oportunidad de tratar con él diferentes asuntos del ámbito académico, conociendo un poco más y con cierta profundidad a este hombre, y encontrando en cada situación, competencias en consonancia con valores importantes reunidas en ese amigo al que tanto yo como muchos otros hemos querido: Don Virgilio Díaz Grullón.
En su dimensión humana pueden agregarse características relevantes además de las señaladas, su gran imaginación y creatividad, amplia cultura, fidelidad, sensibilidad social, sencillez de vida, mentalidad abierta, espíritu democrático. ¿Se puede pedir más de un ser humano?
Y para hablar de su proyección literaria y de su calidad como escritor ahí está su obra narrativa que a pesar de no ser muy extensa, constituye un precedente, un aporte fundamental de inmenso valor a nuestra literatura y al género, por su alta calidad, evaluada altamente por críticos y expertos de su generación y de la actual.
De Cinco títulos: Un día cualquiera (1958), Crónicas de Alto Cerro (1966), Más allá del espejo (1975), Los algarrobos también sueñan (1977), Antinostalgia de una Era (1989) derivaron otros, conteniendo estudios y análisis, selecciones, antologías personales de sus cuentos y de toda la obra de Don Virgilio. Entre otros los siguientes libros:
*De niños, hombres y fantasmas, VDG. Colección Montesinos. Prólogo, Juan Bosch. (1981).
*VDG Textos Escogidos, Biblioteca Dominicana Básica. Prólogo y selección de Pedro Vergés. (1994).
*VDG Antología personal, Ediciones La Ceiba, auspiciado por E. León Jimenes. Prólogo de Soledad Álvarez (1998).
*VDG Cuentos completos. Editora Cole. Prólogo y cuidado, Ángela Hernández (2002). Este libro contiene el variado y rico testimonio de 11 escritores, amigos, familiares y una magnífica entrevista altamente ilustrativa sobre el escritor y el hombre que fue VDG.
*VDG Crónicas de Alto Cerro. Colección Clásicos dominicanos, serie narrativa ISFODOSU. Prólogo de José Alcántara Almánzar. (2018).
*VDG Selección de sus mejores cuentos- Banreservas. Presentación, Simón Lizardo. (2019).
Quiero enlazar la persona de Virgilio Díaz Grullón con la naturaleza y calidad de su obra y su capacidad como narrador. A lo dicho de poseer un lenguaje sencillo, preciso, de calidad, de poseer una gran imaginación y manejo del recurso, diversos críticos y escritores dominicanos se han ocupado de la obra literaria de Don Virgilio, reconociéndolo como la «figura más limpia y pura de toda la narrativa dominicana» (JRL), o como el de «la mejor narrativa fantástica del país» (José Alcántara Almánzar). Por otro lado, existen talleres y concursos literarios que lo honran con su nombre.
Leí, disfruté, aprendí e interioricé sus libros, incluyendo algunos de sus poemas, y encontré en ellos la otra dimensión del ser, la que lo complementaba y me lo devolvía dentro de una perspectiva existencial totalizadora, que abarcaba sus angustias, sus situaciones difíciles, sus quejas; la que me permitió conocer sus habilidades narrativas, el humor, los recursos sorpresivos de un Virgilio escondido en su apacible forma de ser.
Aquella certidumbre que le era necesaria para la vida cotidiana, sus rutinas, los hábitos enraizados en su comportamiento se colocaron a un lado cuando el escritor vuelca su imaginación y deja escapar de su mundo interior sus inquietudes a través de crear uno particular, misterioso, de fantasías e incertidumbres. Parte de su obra se sumerge en ese plano fantástico, sorpresivo, de irrealidades (y verdades), y temores…, a veces con un dejo de tristeza que puede ser atribuible a su infancia, a esa huella de soledad sin amarguras que causa la ausencia de una madre ida a destiempo.
Durante la última etapa de su vida, siendo joven aún, cuando lo amenazaba el brutal hachazo de la soledad por la pérdida de los recuerdos, de las emociones, del conocimiento del mundo, y la existencia se convierte en sobrevivencia, recibíamos de vez en cuando por las tardes la visita de Virgilio y Aida en casa; o era la de nosotros en la suya, para en un ambiente de paz, y una improvisada invitación a cenar o a comer, en una mesa bien puesta sin excesos, con un menú sencillo y amoroso, hacer los comentarios del momento, concluyendo con el clásico postre de casquitos de guayaba con queso blanco que tanto le gustaba.
Los últimos días de su vida, llegaban separados de la realidad…, también de irrealidad. Siempre sereno, siempre educado, siempre amable. A pesar de ser un hombre joven todavía, esa temible enfermedad del olvido, del desconcierto, lo fue sumiendo lentamente en un mundo enajenado, el que crea la inmensa soledad rodeada de personas. Se desenvolvía sin embargo, en sus básicas rutinas cotidianas, con la maravillosa, tierna, comprensiva y amorosa compañía de su eterno amor: Aída, la de sus hijos Victoria y Virgilio Arturo y la de sus adorados nietos. Su mundo íntimo, lo protegía.
Así, pasando el tiempo, en un caluroso día de julio, despedimos antes de la llegada de la hora convenida, a ese amado amigo, escritor, ser humano maravilloso, que visitó este mundo por 77 valiosos años.