¿Por qué los éxitos de Hollywood saben a cocalecas sin sal?
Hace unos años, ir al cine a ver una película de gran presupuesto era una experiencia casi religiosa. El rugido del león de MGM, el logo de Universal girando como un globo terráqueo, y el silencio que precedía al primer estallido de acción eran promesas de historias que te harían reír, llorar o aferrarte al asiento. Hoy, sin embargo, algo ha cambiado. Hollywood parece atrapado en un bucle infinito de explosiones, secuelas y CGI brillante, pero vacío. ¿Qué está pasando
Hollywood, el déjà vu constante.
¿Sientes que ya viste esa película antes? Probablemente sea cierto. Las franquicias se han convertido en el pan de cada día: más Fast & Furious, más Avengers, más Jurassic Park. Hollywood ha encontrado un filón en las sagas que reciclan historias conocidas con la esperanza de atraer multitudes nostálgicas.
La industria cinematográfica ha sucumbido a una paradoja inquietante: mientras más dinero se invierte en una película, menos riesgo artístico se está dispuesto a asumir. Los estudios, aterrados por la posibilidad de perder millones, se refugian en la zona de confort de las franquicias y las secuelas.
Comparémoslo con la década de los 90, cuando películas como The Matrix (1999) nos volaron la mente con ideas frescas. Hoy, vemos The Matrix Resurrections (2021) y nos preguntamos: ¿quién pidió esto? Es como si Hollywood se hubiera convertido en un DJ que repite el mismo hit porque sabe que, al menos, algunas cabezas seguirán moviéndose al ritmo.
El romance tóxico con el mercado global
Hollywood ya no hace películas para su público local; las hace para todo el mundo. En el intento de conquistar mercados como China e India, las tramas se han simplificado, los diálogos se han reducido a frases genéricas y los personajes se sienten más como figurines intercambiables que como personas reales.
Un ejemplo perfecto es Transformers: Age of Extinction (2014), una película diseñada meticulosamente para atraer al público chino, con ubicaciones y actores específicamente elegidos para ese mercado. El resultado fue un espectáculo visual impresionante pero sin alma, como un árbol de Navidad lleno de luces pero con regalos vacíos debajo.
Algoritmos, los nuevos dictadores creativos
En lugar de confiar en la intuición de directores visionarios, los estudios ahora recurren a datos y algoritmos. ¿Qué tipo de héroe le gusta a la Generación Z? ¿Qué villano funciona mejor en TikTok? Así se diseñan los blockbusters modernos: no con arte, sino con fórmulas matemáticas.
Pero como cualquier receta, el exceso de cálculo puede matar la magia. Indiana Jones and the Dial of Destiny (2023) parecía escrita por una hoja de cálculo en lugar de un guionista. Los números pueden predecir qué venderá entradas, pero no pueden fabricar momentos que nos toquen el alma.
La explosión del presupuesto (y de los efectos especiales)
Las películas de hoy parecen competiciones de “quién puede gastar más”. Pero mientras más dinero se invierte en efectos visuales, menos atención parece haber en el guión. Es como si los estudios pensaran: “¿Para qué contar una buena historia si podemos simplemente asombrarlos con explosiones?”.
Sin embargo, no siempre ha sido así. Mira Mad Max: Fury Road (2015): un espectáculo visual que no sacrificó su esencia narrativa. Aquí, los efectos especiales y la historia se complementan, recordándonos que el cine puede ser tanto arte como entretenimiento.
El cine frente al streaming: la batalla del siglo
Con plataformas como Netflix y HBO Max en su apogeo, las audiencias están buscando historias más íntimas, personajes más complejos y tramas que se desarrollen con calma. ¿Cómo compite una película de dos horas contra una serie que puede dedicar diez episodios a explorar los matices de un protagonista?
Películas como Dune (2021) han logrado encontrar un equilibrio, ofreciendo un espectáculo que aún respeta la inteligencia del público. Pero muchas otras, como The Flash (2023), parecen seguir atrapadas en el pasado, enfocándose únicamente en el brillo superficial. La película se convirtió en un ejercicio de efectos especiales más que en una historia con alma, simbolizando cómo el espectáculo ha devorado la sustancia.
¿Quién tiene el control? Spoiler: no los artistas
El cine solía ser el reino de los directores, pero ahora parece más bien una sala de juntas donde ejecutivos y equipos de marketing toman las decisiones. ¿Por qué tener una visión artística cuando puedes seguir una lista de requisitos? Representación demográfica, check. Escena post-créditos para enganchar al público a la próxima entrega, check.
Los algoritmos se han convertido en los nuevos directores creativos. Los estudios analizan datos con la misma intensidad con la que antes se estudiaban guiones. Esta mentalidad reduce las películas a fórmulas matemáticas, eliminando la chispa de la creatividad.
El resultado son películas como Eternals (2021), donde incluso con un director talentoso como Chloé Zhao, el producto final se siente genérico y forzado, como un collage de ideas en lugar de una obra unificada.
El agotamiento del público
¿Otra película de superhéroes? ¿Otra explosión que no significa nada? El público está cansado, y no es difícil entender por qué. Cuando todo lo que se ofrece son fuegos artificiales, la novedad desaparece rápidamente.
Películas como Everything Everywhere All at Once (2022) han demostrado que el público todavía está dispuesto a ser sorprendido, pero solo si se les ofrece algo nuevo, algo que no puedan predecir desde el primer tráiler.
¿Puede Hollywood salir de este bache?
La respuesta es un rotundo sí. La solución no radica en abandonar los grandes presupuestos, sino en recuperar el equilibrio entre espectáculo y narrativa. Directores como Christopher Nolan con Oppenheimer (2023) o Denis Villeneuve con Dune (2021) demuestran que es posible crear películas de gran escala sin renunciar a la profundidad creativa. Las grandes producciones pueden—y deben—ser tanto visualmente impresionantes como narrativamente sofisticadas. El cine no debería ser solo un producto, sino un arte que refleje la complejidad de la experiencia humana.
Continuar por el camino actual significa condenar el cine a ser un mero entretenimiento superficial. La verdadera revolución vendrá cuando los estudios recuerden que antes de ser un negocio, el cine es un arte de contar historias.
La industria tiene los recursos y el talento para reinventarse, pero necesita recordar por qué el cine nos enamoró en primer lugar. ¿Las soluciones?
• Apostar por historias originales y audaces. Impulsar narrativas que desafíen lo establecido, priorizando guiones que exploren nuevas perspectivas y emociones. Las historias originales no solo atraen audiencias sedientas de novedad, sino que revitalizan la industria cinematográfica más allá de las fórmulas repetitivas.
• Devolver el control a los artistas. Reconectar el proceso creativo con la visión de directores y guionistas, reduciendo la interferencia de algoritmos y ejecutivos corporativos. La verdadera innovación surge cuando los creadores tienen libertad para experimentar y desarrollar sus ideas sin restricciones comerciales excesivas.
• Diversificar géneros y explorar nuevas perspectivas. Ampliar el espectro narrativo más allá de blockbusters de acción y superhéroes, incluyendo voces y experiencias tradicionalmente marginadas. La diversidad no solo enriquece el contenido, sino que expande el potencial artístico y comercial del cine contemporáneo.
Hollywood debe dejar de obsesionarse con los números y volver a centrarse en lo humano. Porque, al final, las películas no son solo productos; son ventanas a mundos nuevos, espejos de nuestras emociones y recordatorios de lo que significa estar vivos. ¿No es eso lo que queremos sentir cada vez que las luces se apagan y la pantalla se ilumina?