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Simone de Beauvoir: La ceremonia del adiós

Aunque fue filósofa existencialista, Simone de Beauvoir se distinguió principalmente en el ámbito ideológico por su apoyo al feminismo. Su origen burgués no le impidió tener una relación con el filósofo más importante de Francia en los últimos tiempos, Jean-Paul Sartre, a quien elevó a un pedestal por su pensamiento universal. En el texto que comentamos, dedica un amplio esbozo a las conversaciones que sostuvo con Sartre (agosto-septiembre 1974), lo que testimonia su contacto permanente y directo con esta egregia figura universal. Hemos comenzado este introito con la segunda parte de La ceremonia del adiós (1981), tal vez, y sin proponérmelo, por la pasión que siempre he sentido por los argumentos y teorías filosóficas de Jean-Paul Sartre.

En La ceremonia del adiós, Simone de Beauvoir escribe dos breves prefacios. Tanto el primero como el segundo están dedicados al filósofo marxista que por vocación y convicción lo fuera Jean-Paul Sartre. En el segundo desarrolla la extensa conversación que sostuvieron ambos en 1974. Al final del primero, como especie de colofón a tan agitada vida, escribe: «[…] que todos los días manos desconocidas depositaban sobre su tumba ramilletes de flores recién cortadas, y que Sartre siempre había dicho que en caso de cáncer o de otra enfermedad incurable quería saberlo».

De Beauvoir revela que el estado de Sartre era ambiguo y que estaba en peligro. Ella se preguntaba si resistiría diez años más, como él deseaba, o si todo acabaría en uno o dos años. A continuación, dice que todos ignoraban la gravedad de su situación. Más adelante señala: «No tenía disposiciones que tomar, no habría podido cuidarse mejor. Y amaba la vida. Ya había sufrido bastante al asumir su ceguera y sus dolencias. Si hubiera conocido con más precisión la amenaza que pendía sobre él, habría ensombrecido inútilmente sus últimos años». «De todas maneras—afirma De Beauvoir— yo navegaba como él entre el temor y la esperanza. Mi silencio no nos separó». Y concluye: «Su muerte nos separa. Su muerte no nos unirá. Así es: ya fue hermoso que nuestras vidas hayan podido estar de acuerdo durante tanto tiempo».

Resulta interesante la forma edificante, certera y fluida con que Simone de Beauvoir narra en su primer libro el monumental y excepcional talento de quien fue su compañero de vida, Jean-Paul Sartre. La autora pone en contexto su concreta pasión y su empeño en situarlo en el peldaño más alto que merecidamente ganó como eminente pensador y escritor a escala universal. Las fuerzas de sus ideas marxistas, presentes en sus libros, conferencias y discursos, resumen la intensidad de su genio y su estímulo personal, contribuyendo a despertar una nueva conciencia política en el mundo. Los últimos años de la vida de Sartre se fueron deteriorando cuando el cáncer lo atacó laceradamente. Al mismo tiempo, decayó su multifacética labor, ya que no contaba con fuerzas suficientes para dedicar tiempo a sus constantes estudios filosóficos y políticos, como el caso de «Mayo del 68», movimiento revolucionario que desató una cadena de protestas que cubrió Francia por completo, fenómeno desencadenado por estudiantes universitarios en favor de un mejor futuro.

Simone de Beauvoir expone:

«A lo largo de toda su existencia, Sartre no dejó nunca de cuestionarse, una y otra vez; sin negar lo que él llamaba sus “intereses ideológicos”, no quería verse afectado por ellos, razón por la que a menudo escogió “pensar contra sí mismo”, haciendo un difícil esfuerzo para “romper huesos en su cabeza” ».

Manifiesta De Beauvoir que «Los acontecimientos del 68, en los que intervino y que lo afectaron profundamente, fueron para él la ocasión de una nueva revisión; se sentía contestado en cuanto intelectual y por eso, durante los años siguientes, se vio inducido a reflexionar sobre el papel del intelectual y a modificar la concepción que de este tenía».

Sobre el breve prefacio que escribió Simone de Beauvoir con relación a las conversaciones que sostuvo con Jean-Paul Sartre, en 1974, expresa:

«Estas conversaciones tuvieron lugar durante el verano de 1974, en Roma, y después a principios de otoño, en París. Algunas veces Sartre se encontraba cansado y me respondía mal o era yo la que, falta de inspiración, le hacía preguntas ociosas». Y sostiene: «He suprimido las conversaciones que me han parecido sin interés. Las otras las he agrupado por temas, siguiendo aproximadamente el orden cronológico».

Añade: «He procurado darles una forma legible; hay una gran diferencia, ya se sabe, entre las charlas recogidas en un magnetófono y un texto correctamente redactado. Pero no he intentado escribirlas en el sentido literario de la palabra: he querido que conserven su espontaneidad».

Subraya De Beauvoir: «Hay en ellas algunos pasajes deshilvanados, algunos estancamientos, algunas repeticiones, e incluso algunas contradicciones: temí deformar las palabras de Sartre o sacrificar sus matices. Estas conversaciones no aportan ninguna revelación inesperada sobre él; pero permiten seguir los meandros de su pensamiento y escuchar su voz viviente».

Por otra parte, desde nuestro punto de vista, las premisas de las obras de De Beauvoir establecen un marco amplio entre la naturaleza y el hombre, con un trasfondo espiritual que permite extirpar las enajenaciones planteadas por determinadas teorías al poner en el centro el existencialismo humano. Esto puede comprobarse en su libro El segundo sexo, cuando dice:

«No hay que creer, sin embargo, que todas las dificultades se atenúen en aquellas mujeres que tengan un temperamento ardiente. Sucede, por el contrario, que se exasperan. La turbación femenina puede alcanzar una intensidad desconocida para el hombre».

Y sostiene: «El deseo del hombre es violento, pero está localizado, y lo deja –salvo, quizás, en el instante del espasmo—consciente de sí mismo; la mujer, por el contrario, sufre una genuina alienación; para muchas, esa metamorfosis es el momento más voluptuoso y definitivo del amor, pero también tiene un carácter mágico y terrorífico».

Afirma Simone de Beauvoir que «Sucede que el hombre experimenta temor ante la mujer que tiene en sus brazos, tan ausente parece esta, presa del más profundo extravío; el trastorno que ella experimenta es una transmutación mucho más radical que el frenesí agresivo del varón». Por tanto –indica la autora y filósofa—que «Esa fiebre la libera de la vergüenza; pero, al despertar, le causa a su vez vergüenza y horror». Arguye que «para que la acepte dichosamente – y hasta orgullosamente–, sería preciso, al menos, que se inflamase de voluptuosidad; podría reivindicar sus deseos si los hubiera satisfecho gloriosamente; de lo contrario, los repudiará con ira».

Simone de Beauvoir nació en 1908 en París y murió en 1986. Estudió filosofía en La Sorbona y en la Escuela Normal. Publicó, además de La ceremonia del adiós, seguido de Conversaciones con Jean-Paul Sartre, La invitada (1943); La sangre de los otros (1945); Los mandarines (1954); Memorias de una joven formal (1958); La plenitud de la vida (1960); La fuerza de las cosas (1963); Una muerte muy dulce (1964); Las bellas imágenes (1996) y La mujer rota (1974).

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