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“Mientras no me entreguen su cadáver, está vivo”

“No pierda la esperanza. Hasta el último segundo que no le entreguen los cuerpos usted tiene que creer que están vivos”, fueron las palabras de fortaleza que, convencida, le ofreció la joven Ruth Esther a Andrea Mateo, doliente de tres de las víctimas de la tragedia de San Cristóbal.

Quien escuchase a Ruth Esther en ese momento pensaría que solo hablaba con intenciones de aumentar la tranquilidad y paciencia de la señora Mateo, quien es su vecina en esa ciudad sureña; sin embargo, la realidad es que su consuelo le funcionó como un autoabrazo, considerando que, desde la explosión y posterior incendio del pasado lunes, ella tampoco ha dejado de buscar a su tío.

“Yo creo en Dios. Yo no puedo perder las esperanzas, y hasta que a mí me entreguen un cadáver y me digan: ´mire, ese es su tío´, yo voy a seguir pensando que está vivo”, aseguró la sobrina de Juan Mateo Casilla, uno de los desaparecidos, mientras esperaba junto a otros de los damnificados a las afueras de la unidad del Inacif en el Cementerio Cristo Redentor, en el Distrito Nacional.

No reciben información

Mientras ambas conversaban con periodistas de este diario y exponían el innegable martirio por el que se encuentran atravesando sus familias, la señora Mateo, con una vistosa actitud de resignación y desgana, además de una expresión en el rostro que le hacía parecer cansada, narró cómo su hermana, su cuñado y la niña de ambos, de siete años, fueron hasta Casa Toledo con intención de conseguir un colchón y otros detalles para el primer nieto que los adultos estaban esperando.

Por lo que contó la señora, su hija mayor, para quien compraban, está casi al dar a luz y la situación ha despertado inmensidad de emociones negativas entre todos, que se ven arropadas por la incertidumbre de no saber si Ángel Luis Uribe, Luisa Esther Mateo o la niña, están muertos o están en el hospital.

“Nosotros protestamos por la lentitud del proceso. Hay gente que se lo encuentran mal que uno se queje, pero no se ponen en nuestro lugar. Ya tenemos cinco días hoy con esas personas desaparecidas, que nosotros tenemos una idea de que ya están muertos porque no están en ninguno de los hospitales. No es fácil”, dijo Mateo, despertando la voz de su vecina, quien no lucía más animada que ella. Todo lo contrario, Ruth Esther se mantenía centrada con los ojos rojos, hinchados y llenos de lágrimas. Lista para en cualquier momento echarse a llorar.

Entre que Andrea Mateo hacía un pedido de atención a las autoridades para agilizar el proceso de entrega de los cuerpos reconocibles, considerando que las decenas que quedaron indescifrables podrían pasar hasta meses para determinarse a quién pertenecen, y abogaba por que les dejasen ver en los hospitales donde se resguardan los 59 heridos que sobrevivieron al incidente, diciendo que “hasta que uno no lo ve, no lo entierra, no puede cerrar el ciclo y cicatrizar las heridas”, Ruth Esther le llamaba la atención. “Están desaparecidos, repórtalos como desaparecidos hasta no saber dónde ellos están. Tú no los has visto en los hospitales, no has reconocido su cuerpo. Para mí, mi tío está desaparecido”, le dijo.

De acuerdo con la chica, que aparentaba algunos 24 años, es bastante cercana a su tío Juan Mateo, de 31; y, mientras algunos en su familia se resignan a que el hombre no sobrevivió, ella no pierde las esperanzas.

“Para las personas es difícil, pero yo creo en Dios”, mencionó con seguridad al desvelar que, aunque su pariente no tiene hijos, en casa le espera una esposa destrozada, en lo que la mayoría de su familia está en el hogar de la abuela, dándose apoyo mutuo y con intenciones de no dejar a la mujer sola.

Retrasos para entregar cadáveres

Familiares de varias de las víctimas expusieron también su disgusto por supuestas trabas del Inacif para entregar cadáveres que ya fueron reconocidos.

De acuerdo a la queja que pusieron frente a las autoridades de la estación del Inacif en el cementerio Cristo Redentor, cuerpos como el de Reyes Soto, uno de los fallecidos, fueron identificados por sus parientes desde el primer momento, cuando se encontraba ingresado en el Hospital Juan Pablo Pina; sin embargo, cuatro días después continúan negándose a entregarles sus restos hasta que no se haya realizado una prueba de ADN.

“El pariente de nosotros ya lo reconocimos ayer en el Juan Pablo Pina, cuando falleció, y de allá nos lo mandaron para acá y aquí también lo reconocimos. Si no nos lo entregan, ¿qué van hacer con él”, cuestionó con molestia Francis Joel, sobrino de Reyes Soto, al recibir la indicación de que tendrían que esperar a que a partir de las dos de la tarde les llamen para recibir horarios en los que se realizarán las pruebas.

Ante el pánico por lo antes dicho por las autoridades, quienes manifestaron que podrían tardar incluso meses en concluir el proceso para entregar los cadáveres que quedaron completamente irreconocibles, y asegurando que su familiar sí era posible detectar quién es, manifestaron su inconformidad.

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